martes, 22 de junio de 2010

Contradicciones del pensamiento moderno

Sin dudas que la década del 70 fue de las mas terribles vividas por la sociedad argentina y por toda Latinoamérica. Pero dentro de lo terrible siempre surge algo positivo que intenta contrarrestar los embates del miedo. Aquella época fue abundante en terror, en violencia, en destrucción, pero también en ideas, revoluciones y luchas justas. ¿Acaso por eso la generación de los 90 debería someterse a los setentistas y permanecer estáticos ante la suposición de que ya está todo ganado y que no hay mas nada por lo que pelear?

En su artículo “Los 70 vs. los 90”, el filósofo moderno mas comercial de nuestro país, José Pablo Feinmann, planteó diferencias tajantes entre una generación y la otra, aludiendo que “ellos” son mejores que la nueva juventud porque siempre lucharon por todo lo que desearon y siempre les tocó perder (cabe destacar que José Pablo no es un desaparecido ni un héroe, es un simple filósofo). Lamentablemente para él y para su generación, hay que plantar las diferencias entre los contextos socio-culturales y económicos y entender que “su” época era demasiado diferente a esta y que si bien la lucha por la democracia fue ardua y el país está cumpliendo el período mas extenso de gobiernos democráticos en su historia (27 años consecutivos sin gobiernos de factos), esa pelea forma parte de un pasado casi lejano que hay que admirar y utilizar para poder sentar un futuro.

La juventud de los 70 no luchaba solo intelectualmente, sino también físicamente. Ellos no tenían poder de decisión ni tampoco libertad de pensamiento. Las noches de bastones largos y de lápices no fueron historias contadas como leyendas para asustar a jovencitos con aires revolucionarios. Todo eso existió, sucedió, en este territorio pero hace treinta años. Reconocer el pasado es útil en la medida que podamos utilizarlo para forjar el futuro, y eso es lo que la generación del 90 está haciendo.

Las luchas son muy diferentes, el contexto de democracia y libertad lo cambia todo, aunque la relación del Estado encadenado al poder celestial del dólar y de las grandes empresas no haya cambiado demasiado. Los debates se centran mas en la razón que en la acción, y no está mal creer que la violencia es incorrecta en un mundo que cambió radicalmente su pensamiento a partir del triunfo del liberalismo (aunque el principal representante de este modelo económico-hegemónico continúe invadiendo países lejanos e impartiendo “justicia” por mano propia o “a pedido”).

En el presente hay que destacar que esta juventud, que para JP “ni siquiera tiene una época propia”, ha logrado grandes triunfos y continúa luchando por sus ideales y lo que cree justo. Esta generación y la de los 80 peleó en conjunto (ejemplo burdo quizás para JP) por la sanción de una nueva Ley de Medios, salió a la plaza un diciembre de 2001 a renegar contra sus gobernantes, luchó en la estación Avellaneda y se cayó y se volvió a levantar de sucesivas crisis. Esta generación no es ni mejor ni peor que la “suya”, simplemente hace historia a su manera y en su contexto y continuará peleando aunque sea criticada y atacada.

El fin de los oligopolios privados (¿ahora serán públicos?)

La nueva Ley de Medios fue centro de un debate interminable durante todo el año pasado. La disputa entre los grandes multimedios y el gobierno parecía no tener fin ya que es muy difícil querer conformar a todos en un país donde el dinero siempre fue mucho mas importante que cualquier intento de pluralidad e igualdad. Pero, ¿es realmente esta ley un intento de democratizar los medios de comunicación? ¿O es una perfecta jugada de ajedrez para que el Estado pueda contar con más voces que repartan su discurso?

En la conformación de la ley 26.522 influyeron varios elementos que justificaban su creación, entre ellos el urgente reemplazo de un decreto de la última dictadura que todavía rige en nuestro territorio a treinta años de su “sanción”. Otro elemento de vital importancia era la necesidad de acabar con los oligopolios mediáticos (permitidos por otro gobierno justicialista, y no por los militares), donde unos pocos manejan la información con la que el pueblo argentino desayuna todos los días. Así, luego del conflicto con el campo y de afectarles el bolsillo a unos cuantos poderosos, el gobierno de Cristina Fernández decidió llevar el conflicto al otro sector más rico y concentrado del país: El sector de medios.

La división de los oligopolios comerciales (sean medios de comunicación, cadenas de supermercados o la distribución de trapos rejilla) es sinónimo de mayor competencia y de mayor igualdad. El pueblo pasivo no puede hacer nada para evitar la conformación de alianzas comerciales, la única salida que tiene es comprar y consumir lo que se les ofrece. El Estado nada mas tiene la posibilidad de regular la competencia y es lo que pretende lograr con esta sanción.

Pero, a pesar del repentino cambio de actitud y de ahora estar en contra de los oligopolios luego de otorgar el permiso para la fusión de dos poderosas emisoras de cable, el gobierno anuncia con galas la creación de la nueva televisión digital para todos los argentinos (para todos los argentinos de bajos recursos, el resto deberán adquirir el decodificador por la suma de 500 pesos) lo que no significa mas que el surgimiento de un nuevo oligopolio mediático que será manejado por el Estado.

Entonces, se puede corroborar al menos una de las preguntas planteadas al comienzo de este escrito: La nueva Ley de Medios Audiovisuales es realmente un intento de democratizar los medios de comunicación, ya que buscará la eliminación de los oligopolios, produciendo el surgimiento de nuevos medios y la pluralidad de voces a lo largo y ancho del país. Para responder el otro cuestionamiento se deberá esperar algún tiempo, no se puede prever lo que sucederá con el “multimedio oficial” ya que este es un gobierno impredecible. Quizás este sea el primer movimiento de un rey ambicioso y sin límites o, lo que todos deseamos, la simple puesta al aire de varias señales para competir sanamente contra los contenidos de los medios privados.